Los momentos que vivimos cuestionan los pilares sobre los que se ha edificado la cultura humana hasta hoy. También es verdad que este cuestionamiento lo podemos hacer ahora gracias a lo que hemos aprendido y, también, gracias a los errores cometidos, a lo largo de la historia de nuestra especie.
Así pues, hemos de aceptar nuestra ceguera y nuestra ignorancia pero también la capacidad de todas las generaciones, que en este mundo han sido y que hoy son, para experimentar y crear nuevas condiciones, arriesgando siempre la vida y el bienestar logrado.
Aceptando que nos enfrentamos a una nueva época y que los rigores de “este metafórico invierno” amenazan todas las expresiones de la vida conocida -y las ignoradas-, propongo hacer un esfuerzo para cambiar la mirada que hasta hoy nos unidirecciona y comencemos a entretejer entre todos “una manera así de mirar” que nos prepare para los nuevos amaneceres que se anuncian, tras este “profetizado” duro invierno, hasta una nueva primavera humana: la que hemos de desear vivir.
Requisitos básicos que han de configurar la nueva cultura humana que necesitamos
Uno. Tomar consciencia y aceptar el momento crítico en el que vivimos, donde la vida en todas sus manifestaciones está en riesgo de naufragar (nunca mejor expresado) y cuya casa planetaria está siendo sacudida por sucesivos episodios de cambios, encaminados a la búsqueda de un equilibrio perdido e impulsados, también, por leyes que no han sido consideradas ni respetadas por los pobladores humanos.
Dos. No pretender encontrar soluciones definitivas para las catástrofes presentes de cualquier índole, todas ellas poniendo patas arriba la obra humana de los últimos siglos (estructurales, institucionales, organizacionales, etc.), las cuales responden a un modelo de desarrollo que es el causante de las mismas.
Tres. Acumular, reflexivamente, los conocimientos y las experiencias que la historia vivida nos proporcionaron, pero desde una perspectiva distinta. Pues si bien se han alcanzado capacidades antes nunca conocidas, para enfrentar los restos que el presente nos depara –todos ellos consecuencia de nuestras decisiones y de nuestras acciones- el modelo a adoptar nos lo ha de dar las propias leyes de la naturaleza, que hemos de aplicar con absoluto respeto, consideración y rigor, para lo que hemos de desarrollar actitudes de cooperación y empatía hacia todos: lo biológico, lo no biológico, lo denso y lo sutil.
Cuatro. Aceptar que la ignorancia y el egoísmo han sido los patrones que han regido nuestras acciones: el logro inmediato, la miopía, el acaparar poder y dominio de todo y a todos los niveles.
Cinco: Fundamentar las acciones sobre la base de cooperar para sobrevivir y continuar viviendo, empeñados en acompañar los proceso –no pararlos- que han de ser exploratorios con finales abiertos, hasta que se consiga adquirir la nueva visión de la realidad que se nos está demandando desde las propias reacciones de la naturaleza. La cual, por primera vez para estos contemporáneos humanos, está poniendo de manifiesto las fuerzas imparables que la dominan y cuya capacidad está por encima del poder de la capacidad humana. En este sentido se requiere de nosotros los humanos humildad y aceptación para reconocer que hemos de dejar que ella, la naturaleza, se manifieste, antes de emprender una “guerra contra los elementos” en la que lo tendríamos todo perdido.
Seis. Con los “escombros” de las catástrofes hemos de enterrar los escombros del modelo hasta ahora adoptado y al que en Occidente denominamos civilización. Hay que poner en cuestión las bases que sostienen todas nuestras creencias; planificar a corto plazo con visión de incertidumbre; no tratar de recomponer, con patrones en cuestionamiento, “las zonas fronterizas” en las que están evidenciándose las quiebras (llámense costas, virus o modelos culturales de funcionamiento), todos son lo mismo: escenarios que nos muestran lo que ya no puede seguir siendo.
Siete. Cualquier iniciativa que se adopte en este momento, como paso para proponer soluciones a lo que está en crisis, ha de ser considerada como intentos para llegar a una visión colectiva; lo que nos obliga a abrirnos a todas las iniciativas que apunten a la cooperación, a la búsqueda para paliar los efectos provocados por la inestabilidad de los momentos en que vivimos y al aprendizaje de lo que ignoramos y de las nuevas condiciones en las que nos habremos de manejar.
Ocho. Aceptemos las pérdidas que vamos a tener, el sufrimiento que esas pérdidas nos van a ocasionar, y valoremos las oportunidades que el nuevo escenario va a propiciar y que generará, sin lugar a dudas, condiciones nuevas en las que hemos de cooperar para elevar la dignidad de la especie humana- y de las no humanas- y su respeto y amor por todo lo que con ella coopera hasta alcanzar el equilibrio y la armonía necesarios, para una continuidad de todo lo que planetariamente y con complicidad se conjuga.
Nueve. Cada una y cada uno, desde donde se encuentra, es un actor imprescindible de este proceso. Nadie ha de renunciar al protagonismo y a la responsabilidad que posee de poner de manifiesto su voluntad creadora. Todos somos necesarios y todos hemos de construir la consciencia de UNICIDAD.
¡Manos a la obra que es de todos y para todos! Confabulémonos, especulemos, aprendamos, cooperemos, compartamos experiencias y saberes con la mirada puesta en el florecimiento… de este planeta herido o dañado como lo califica la bióloga norteamericana Donna J. Haraway.
Así pues, hemos de aceptar nuestra ceguera y nuestra ignorancia pero también la capacidad de todas las generaciones, que en este mundo han sido y que hoy son, para experimentar y crear nuevas condiciones, arriesgando siempre la vida y el bienestar logrado.
Aceptando que nos enfrentamos a una nueva época y que los rigores de “este metafórico invierno” amenazan todas las expresiones de la vida conocida -y las ignoradas-, propongo hacer un esfuerzo para cambiar la mirada que hasta hoy nos unidirecciona y comencemos a entretejer entre todos “una manera así de mirar” que nos prepare para los nuevos amaneceres que se anuncian, tras este “profetizado” duro invierno, hasta una nueva primavera humana: la que hemos de desear vivir.
Requisitos básicos que han de configurar la nueva cultura humana que necesitamos
Uno. Tomar consciencia y aceptar el momento crítico en el que vivimos, donde la vida en todas sus manifestaciones está en riesgo de naufragar (nunca mejor expresado) y cuya casa planetaria está siendo sacudida por sucesivos episodios de cambios, encaminados a la búsqueda de un equilibrio perdido e impulsados, también, por leyes que no han sido consideradas ni respetadas por los pobladores humanos.
Dos. No pretender encontrar soluciones definitivas para las catástrofes presentes de cualquier índole, todas ellas poniendo patas arriba la obra humana de los últimos siglos (estructurales, institucionales, organizacionales, etc.), las cuales responden a un modelo de desarrollo que es el causante de las mismas.
Tres. Acumular, reflexivamente, los conocimientos y las experiencias que la historia vivida nos proporcionaron, pero desde una perspectiva distinta. Pues si bien se han alcanzado capacidades antes nunca conocidas, para enfrentar los restos que el presente nos depara –todos ellos consecuencia de nuestras decisiones y de nuestras acciones- el modelo a adoptar nos lo ha de dar las propias leyes de la naturaleza, que hemos de aplicar con absoluto respeto, consideración y rigor, para lo que hemos de desarrollar actitudes de cooperación y empatía hacia todos: lo biológico, lo no biológico, lo denso y lo sutil.
Cuatro. Aceptar que la ignorancia y el egoísmo han sido los patrones que han regido nuestras acciones: el logro inmediato, la miopía, el acaparar poder y dominio de todo y a todos los niveles.
Cinco: Fundamentar las acciones sobre la base de cooperar para sobrevivir y continuar viviendo, empeñados en acompañar los proceso –no pararlos- que han de ser exploratorios con finales abiertos, hasta que se consiga adquirir la nueva visión de la realidad que se nos está demandando desde las propias reacciones de la naturaleza. La cual, por primera vez para estos contemporáneos humanos, está poniendo de manifiesto las fuerzas imparables que la dominan y cuya capacidad está por encima del poder de la capacidad humana. En este sentido se requiere de nosotros los humanos humildad y aceptación para reconocer que hemos de dejar que ella, la naturaleza, se manifieste, antes de emprender una “guerra contra los elementos” en la que lo tendríamos todo perdido.
Seis. Con los “escombros” de las catástrofes hemos de enterrar los escombros del modelo hasta ahora adoptado y al que en Occidente denominamos civilización. Hay que poner en cuestión las bases que sostienen todas nuestras creencias; planificar a corto plazo con visión de incertidumbre; no tratar de recomponer, con patrones en cuestionamiento, “las zonas fronterizas” en las que están evidenciándose las quiebras (llámense costas, virus o modelos culturales de funcionamiento), todos son lo mismo: escenarios que nos muestran lo que ya no puede seguir siendo.
Siete. Cualquier iniciativa que se adopte en este momento, como paso para proponer soluciones a lo que está en crisis, ha de ser considerada como intentos para llegar a una visión colectiva; lo que nos obliga a abrirnos a todas las iniciativas que apunten a la cooperación, a la búsqueda para paliar los efectos provocados por la inestabilidad de los momentos en que vivimos y al aprendizaje de lo que ignoramos y de las nuevas condiciones en las que nos habremos de manejar.
Ocho. Aceptemos las pérdidas que vamos a tener, el sufrimiento que esas pérdidas nos van a ocasionar, y valoremos las oportunidades que el nuevo escenario va a propiciar y que generará, sin lugar a dudas, condiciones nuevas en las que hemos de cooperar para elevar la dignidad de la especie humana- y de las no humanas- y su respeto y amor por todo lo que con ella coopera hasta alcanzar el equilibrio y la armonía necesarios, para una continuidad de todo lo que planetariamente y con complicidad se conjuga.
Nueve. Cada una y cada uno, desde donde se encuentra, es un actor imprescindible de este proceso. Nadie ha de renunciar al protagonismo y a la responsabilidad que posee de poner de manifiesto su voluntad creadora. Todos somos necesarios y todos hemos de construir la consciencia de UNICIDAD.
¡Manos a la obra que es de todos y para todos! Confabulémonos, especulemos, aprendamos, cooperemos, compartamos experiencias y saberes con la mirada puesta en el florecimiento… de este planeta herido o dañado como lo califica la bióloga norteamericana Donna J. Haraway.
Este texto sirvió de apertura a las ponencias dictadas por el Comité Científico del Club Nuevo Mundo, el 12 de mayo de 2020