Blog de los miembros y socios del Club Nuevo Mundo
Algunos creíamos que el virus más contagioso y en fase con el presente a nivel mundial era el tristemente famoso que provoca la Covid- 19, pero no, mucho más contagioso y, si le dan tiempo, mortal, es el virus de la conspiración, la mentira, la distorsión y el bulo.
Cuatro patógenos en uno de los que muy pocos salen indemnes.
Este virus se alimenta de la falsa creencia como la de que los humanos lo sabemos todo y ese todo tiene su explicación racional y lógica.
No estamos acostumbrados a vivir en la incertidumbre y menos a doblar la rodilla ante lo no-visible que nos hace tocar suelo, aunque eso siempre nos conecte con la realidad.
Es mucho más vendible y fácil de digerir el discurso de los malos detrás de cada hecho que no podemos entender: esa supuesta élite, que lo que desea es nuestra desaparición.
Suponiendo que esta teoría fuera verdad, entonces ellos serían los que realmente trabajan para la luz y para la salud del planeta, pues quieren acabar con el virus más dañino que ha tenido esta tierra bendita, el ser humano.
Entonces todo tiene más sentido, todo es al revés de lo que pensamos y nos hacen creer que los inconscientes, egoístas, ambiciosos, asesinos, somos nosotros.
La mayoría de la humanidad, que cree vivir en un planeta y en un cuerpo eterno, en un trozo de roca inanimado y suspendido en el espacio, piensa también que es víctima del destino, de los iluminati, del 5g, del nuevo orden mundial, del gobierno de turno, de Bill Gates, de la OMS.
Siempre es el otro, parecemos políticos, tertulianos, futbolistas, hombres y mujeres, señalándose unos a otros, nunca el dedo se podrá dar la vuelta para señalarnos a nosotros mismos, a no ser que enfrente pongamos un espejo.
A la realidad es difícil de aguantarle la mirada y más si esta verdad nos suele reflejar, aunque sea de una forma indirecta: nadie quiere ver su cara y su responsabilidad en nada de lo que su mente niega.
Sobre todo porque ello supondría la necesidad de cambiar, de morir a todo aquello que nos ha dado la falsa seguridad y el falso bienestar para unos pocos elegidos, y que ahora se cae como un castillo de naipes en nuestras narices.
Somos una especie miope, inconsciente, soberbia, asesina y suicida, sin ningún respeto al organismo vivo que nos ha dado la vida y al espíritu que la mantiene.
Pensamos de una forma mágica e ilusoria que nuestros actos no tienen consecuencias y que nuestra falta de respeto, cuidado y compromiso por toda vida, es una condición natural del que es superior a todos los demás organismos del planeta.
No seremos la primera especie y ni siquiera humanidad que desparezca engullida por su propia voracidad y locura.
Por eso no nos preparamos para nuestra próxima extinción, igual que no nos despedimos, ni parece que nos importe el cada vez mayor número de especies que desaparecen por nuestro mal uso de los recursos y la ausencia de consciencia de la interdependencia entre todo organismo vivo.
Pero este mensaje no vende como podría hacerlo cualquiera de las películas de misterio, con tramas enrevesadas que llenan las redes sociales y en las que siempre se descubre al asesino y suele ser el que uno menos se imagina.
Así funciona nuestra mente racional, nos gusta buscar retos, enigmas, problemas complicados de donde salir airosos poniendo a prueba nuestra suprema inteligencia y sagacidad.
Somos los conquistadores de la naturaleza y del universo, nuestro nivel de contagio de la estupidez humana es superior a cualquier coranovirus conocido.
Personalmente, la esperanza que tenía de que una prueba colectiva como esta en la que estamos inmersos nos hiciera reflexionar, comprender y analizar la situación del mundo y nuestro papel en este, va desapareciendo como un hielo sumergido en un vaso, se va deshaciendo lenta y dolorosamente.
Este dolor que muchos tenemos en lo profundo del pecho y que se intensifica cuando observamos la situación en la que nos encontramos y en la que todos hemos participado, es también un despertador de la consciencia.
Nuestra condición humana a nivel mental es difícil de cambiar, pero no imposible.
Más fácil es la apertura de nuestro corazón y sus diferentes dimensiones, que es lo más humano y sutil que tenemos, y que nos hace detentores de amor incondicional, empatía y compasión.
Condiciones esenciales para empezar a reconocer el sufrimiento que inunda una gran parte de la vida manifestada, y disparador para pasar a la acción y dejar de señalar todo lo que pasa por nuestras narices.
Porque ese pequeño juez que habita en cada uno de nosotros lo único que consigue es calmar nuestra mala conciencia y sentirnos más pequeños e impotentes por la suprema maldad que nos rodea, haciéndonos aún más pasivos.
Esa es la verdadera conspiración de la anticonsciencia, conseguir que no hagamos nada, que no luchemos contra nuestras propias inercias, que no iluminemos nuestras inconsciencias y que no pongamos nuestro potencial humano a pasear para cambiar realmente el mundo.
Deberíamos colaborar, conspirar, conectar las diferentes voluntades de los que el pecho se nos desgarra con cada injusticia, con cada muerte por inanición, con cada extinción programada.
Este dolor sublimado puede ser el combustible de la reacción y de la construcción de algo diferente, luminoso y ordenado que sea de verdad expresión de la consciencia planetaria que deberíamos de encarnar como seres humanos.
Dejemos de escondernos entre las brumas de las conspiraciones y pongamos nuestra energía en construir lo nuevo, lo inimaginable, lo utópico. Ya vamos tarde.
Cuatro patógenos en uno de los que muy pocos salen indemnes.
Este virus se alimenta de la falsa creencia como la de que los humanos lo sabemos todo y ese todo tiene su explicación racional y lógica.
No estamos acostumbrados a vivir en la incertidumbre y menos a doblar la rodilla ante lo no-visible que nos hace tocar suelo, aunque eso siempre nos conecte con la realidad.
Es mucho más vendible y fácil de digerir el discurso de los malos detrás de cada hecho que no podemos entender: esa supuesta élite, que lo que desea es nuestra desaparición.
Suponiendo que esta teoría fuera verdad, entonces ellos serían los que realmente trabajan para la luz y para la salud del planeta, pues quieren acabar con el virus más dañino que ha tenido esta tierra bendita, el ser humano.
Entonces todo tiene más sentido, todo es al revés de lo que pensamos y nos hacen creer que los inconscientes, egoístas, ambiciosos, asesinos, somos nosotros.
La mayoría de la humanidad, que cree vivir en un planeta y en un cuerpo eterno, en un trozo de roca inanimado y suspendido en el espacio, piensa también que es víctima del destino, de los iluminati, del 5g, del nuevo orden mundial, del gobierno de turno, de Bill Gates, de la OMS.
Siempre es el otro, parecemos políticos, tertulianos, futbolistas, hombres y mujeres, señalándose unos a otros, nunca el dedo se podrá dar la vuelta para señalarnos a nosotros mismos, a no ser que enfrente pongamos un espejo.
A la realidad es difícil de aguantarle la mirada y más si esta verdad nos suele reflejar, aunque sea de una forma indirecta: nadie quiere ver su cara y su responsabilidad en nada de lo que su mente niega.
Sobre todo porque ello supondría la necesidad de cambiar, de morir a todo aquello que nos ha dado la falsa seguridad y el falso bienestar para unos pocos elegidos, y que ahora se cae como un castillo de naipes en nuestras narices.
Somos una especie miope, inconsciente, soberbia, asesina y suicida, sin ningún respeto al organismo vivo que nos ha dado la vida y al espíritu que la mantiene.
Pensamos de una forma mágica e ilusoria que nuestros actos no tienen consecuencias y que nuestra falta de respeto, cuidado y compromiso por toda vida, es una condición natural del que es superior a todos los demás organismos del planeta.
No seremos la primera especie y ni siquiera humanidad que desparezca engullida por su propia voracidad y locura.
Por eso no nos preparamos para nuestra próxima extinción, igual que no nos despedimos, ni parece que nos importe el cada vez mayor número de especies que desaparecen por nuestro mal uso de los recursos y la ausencia de consciencia de la interdependencia entre todo organismo vivo.
Pero este mensaje no vende como podría hacerlo cualquiera de las películas de misterio, con tramas enrevesadas que llenan las redes sociales y en las que siempre se descubre al asesino y suele ser el que uno menos se imagina.
Así funciona nuestra mente racional, nos gusta buscar retos, enigmas, problemas complicados de donde salir airosos poniendo a prueba nuestra suprema inteligencia y sagacidad.
Somos los conquistadores de la naturaleza y del universo, nuestro nivel de contagio de la estupidez humana es superior a cualquier coranovirus conocido.
Personalmente, la esperanza que tenía de que una prueba colectiva como esta en la que estamos inmersos nos hiciera reflexionar, comprender y analizar la situación del mundo y nuestro papel en este, va desapareciendo como un hielo sumergido en un vaso, se va deshaciendo lenta y dolorosamente.
Este dolor que muchos tenemos en lo profundo del pecho y que se intensifica cuando observamos la situación en la que nos encontramos y en la que todos hemos participado, es también un despertador de la consciencia.
Nuestra condición humana a nivel mental es difícil de cambiar, pero no imposible.
Más fácil es la apertura de nuestro corazón y sus diferentes dimensiones, que es lo más humano y sutil que tenemos, y que nos hace detentores de amor incondicional, empatía y compasión.
Condiciones esenciales para empezar a reconocer el sufrimiento que inunda una gran parte de la vida manifestada, y disparador para pasar a la acción y dejar de señalar todo lo que pasa por nuestras narices.
Porque ese pequeño juez que habita en cada uno de nosotros lo único que consigue es calmar nuestra mala conciencia y sentirnos más pequeños e impotentes por la suprema maldad que nos rodea, haciéndonos aún más pasivos.
Esa es la verdadera conspiración de la anticonsciencia, conseguir que no hagamos nada, que no luchemos contra nuestras propias inercias, que no iluminemos nuestras inconsciencias y que no pongamos nuestro potencial humano a pasear para cambiar realmente el mundo.
Deberíamos colaborar, conspirar, conectar las diferentes voluntades de los que el pecho se nos desgarra con cada injusticia, con cada muerte por inanición, con cada extinción programada.
Este dolor sublimado puede ser el combustible de la reacción y de la construcción de algo diferente, luminoso y ordenado que sea de verdad expresión de la consciencia planetaria que deberíamos de encarnar como seres humanos.
Dejemos de escondernos entre las brumas de las conspiraciones y pongamos nuestra energía en construir lo nuevo, lo inimaginable, lo utópico. Ya vamos tarde.
La humanidad está siendo empujada, por la propia naturaleza, a confrontar los efectos no previstos de sus acciones contra el planeta que lo ha cobijado durante milenios. Solo un cambio de perspectiva y la toma de consciencia de nuestra global dependencia de lo vivo y de los entornos que lo acunan pueden abrir posibilidades a continuar existiendo como vida.
Los momentos que vivimos cuestionan los pilares sobre los que se ha edificado la cultura humana hasta hoy. También es verdad que este cuestionamiento lo podemos hacer ahora gracias a lo que hemos aprendido y, también, gracias a los errores cometidos, a lo largo de la historia de nuestra especie.
Así pues, hemos de aceptar nuestra ceguera y nuestra ignorancia pero también la capacidad de todas las generaciones, que en este mundo han sido y que hoy son, para experimentar y crear nuevas condiciones, arriesgando siempre la vida y el bienestar logrado.
Aceptando que nos enfrentamos a una nueva época y que los rigores de “este metafórico invierno” amenazan todas las expresiones de la vida conocida -y las ignoradas-, propongo hacer un esfuerzo para cambiar la mirada que hasta hoy nos unidirecciona y comencemos a entretejer entre todos “una manera así de mirar” que nos prepare para los nuevos amaneceres que se anuncian, tras este “profetizado” duro invierno, hasta una nueva primavera humana: la que hemos de desear vivir.
Requisitos básicos que han de configurar la nueva cultura humana que necesitamos
Uno. Tomar consciencia y aceptar el momento crítico en el que vivimos, donde la vida en todas sus manifestaciones está en riesgo de naufragar (nunca mejor expresado) y cuya casa planetaria está siendo sacudida por sucesivos episodios de cambios, encaminados a la búsqueda de un equilibrio perdido e impulsados, también, por leyes que no han sido consideradas ni respetadas por los pobladores humanos.
Dos. No pretender encontrar soluciones definitivas para las catástrofes presentes de cualquier índole, todas ellas poniendo patas arriba la obra humana de los últimos siglos (estructurales, institucionales, organizacionales, etc.), las cuales responden a un modelo de desarrollo que es el causante de las mismas.
Tres. Acumular, reflexivamente, los conocimientos y las experiencias que la historia vivida nos proporcionaron, pero desde una perspectiva distinta. Pues si bien se han alcanzado capacidades antes nunca conocidas, para enfrentar los restos que el presente nos depara –todos ellos consecuencia de nuestras decisiones y de nuestras acciones- el modelo a adoptar nos lo ha de dar las propias leyes de la naturaleza, que hemos de aplicar con absoluto respeto, consideración y rigor, para lo que hemos de desarrollar actitudes de cooperación y empatía hacia todos: lo biológico, lo no biológico, lo denso y lo sutil.
Cuatro. Aceptar que la ignorancia y el egoísmo han sido los patrones que han regido nuestras acciones: el logro inmediato, la miopía, el acaparar poder y dominio de todo y a todos los niveles.
Cinco: Fundamentar las acciones sobre la base de cooperar para sobrevivir y continuar viviendo, empeñados en acompañar los proceso –no pararlos- que han de ser exploratorios con finales abiertos, hasta que se consiga adquirir la nueva visión de la realidad que se nos está demandando desde las propias reacciones de la naturaleza. La cual, por primera vez para estos contemporáneos humanos, está poniendo de manifiesto las fuerzas imparables que la dominan y cuya capacidad está por encima del poder de la capacidad humana. En este sentido se requiere de nosotros los humanos humildad y aceptación para reconocer que hemos de dejar que ella, la naturaleza, se manifieste, antes de emprender una “guerra contra los elementos” en la que lo tendríamos todo perdido.
Seis. Con los “escombros” de las catástrofes hemos de enterrar los escombros del modelo hasta ahora adoptado y al que en Occidente denominamos civilización. Hay que poner en cuestión las bases que sostienen todas nuestras creencias; planificar a corto plazo con visión de incertidumbre; no tratar de recomponer, con patrones en cuestionamiento, “las zonas fronterizas” en las que están evidenciándose las quiebras (llámense costas, virus o modelos culturales de funcionamiento), todos son lo mismo: escenarios que nos muestran lo que ya no puede seguir siendo.
Siete. Cualquier iniciativa que se adopte en este momento, como paso para proponer soluciones a lo que está en crisis, ha de ser considerada como intentos para llegar a una visión colectiva; lo que nos obliga a abrirnos a todas las iniciativas que apunten a la cooperación, a la búsqueda para paliar los efectos provocados por la inestabilidad de los momentos en que vivimos y al aprendizaje de lo que ignoramos y de las nuevas condiciones en las que nos habremos de manejar.
Ocho. Aceptemos las pérdidas que vamos a tener, el sufrimiento que esas pérdidas nos van a ocasionar, y valoremos las oportunidades que el nuevo escenario va a propiciar y que generará, sin lugar a dudas, condiciones nuevas en las que hemos de cooperar para elevar la dignidad de la especie humana- y de las no humanas- y su respeto y amor por todo lo que con ella coopera hasta alcanzar el equilibrio y la armonía necesarios, para una continuidad de todo lo que planetariamente y con complicidad se conjuga.
Nueve. Cada una y cada uno, desde donde se encuentra, es un actor imprescindible de este proceso. Nadie ha de renunciar al protagonismo y a la responsabilidad que posee de poner de manifiesto su voluntad creadora. Todos somos necesarios y todos hemos de construir la consciencia de UNICIDAD.
¡Manos a la obra que es de todos y para todos! Confabulémonos, especulemos, aprendamos, cooperemos, compartamos experiencias y saberes con la mirada puesta en el florecimiento… de este planeta herido o dañado como lo califica la bióloga norteamericana Donna J. Haraway.
Así pues, hemos de aceptar nuestra ceguera y nuestra ignorancia pero también la capacidad de todas las generaciones, que en este mundo han sido y que hoy son, para experimentar y crear nuevas condiciones, arriesgando siempre la vida y el bienestar logrado.
Aceptando que nos enfrentamos a una nueva época y que los rigores de “este metafórico invierno” amenazan todas las expresiones de la vida conocida -y las ignoradas-, propongo hacer un esfuerzo para cambiar la mirada que hasta hoy nos unidirecciona y comencemos a entretejer entre todos “una manera así de mirar” que nos prepare para los nuevos amaneceres que se anuncian, tras este “profetizado” duro invierno, hasta una nueva primavera humana: la que hemos de desear vivir.
Requisitos básicos que han de configurar la nueva cultura humana que necesitamos
Uno. Tomar consciencia y aceptar el momento crítico en el que vivimos, donde la vida en todas sus manifestaciones está en riesgo de naufragar (nunca mejor expresado) y cuya casa planetaria está siendo sacudida por sucesivos episodios de cambios, encaminados a la búsqueda de un equilibrio perdido e impulsados, también, por leyes que no han sido consideradas ni respetadas por los pobladores humanos.
Dos. No pretender encontrar soluciones definitivas para las catástrofes presentes de cualquier índole, todas ellas poniendo patas arriba la obra humana de los últimos siglos (estructurales, institucionales, organizacionales, etc.), las cuales responden a un modelo de desarrollo que es el causante de las mismas.
Tres. Acumular, reflexivamente, los conocimientos y las experiencias que la historia vivida nos proporcionaron, pero desde una perspectiva distinta. Pues si bien se han alcanzado capacidades antes nunca conocidas, para enfrentar los restos que el presente nos depara –todos ellos consecuencia de nuestras decisiones y de nuestras acciones- el modelo a adoptar nos lo ha de dar las propias leyes de la naturaleza, que hemos de aplicar con absoluto respeto, consideración y rigor, para lo que hemos de desarrollar actitudes de cooperación y empatía hacia todos: lo biológico, lo no biológico, lo denso y lo sutil.
Cuatro. Aceptar que la ignorancia y el egoísmo han sido los patrones que han regido nuestras acciones: el logro inmediato, la miopía, el acaparar poder y dominio de todo y a todos los niveles.
Cinco: Fundamentar las acciones sobre la base de cooperar para sobrevivir y continuar viviendo, empeñados en acompañar los proceso –no pararlos- que han de ser exploratorios con finales abiertos, hasta que se consiga adquirir la nueva visión de la realidad que se nos está demandando desde las propias reacciones de la naturaleza. La cual, por primera vez para estos contemporáneos humanos, está poniendo de manifiesto las fuerzas imparables que la dominan y cuya capacidad está por encima del poder de la capacidad humana. En este sentido se requiere de nosotros los humanos humildad y aceptación para reconocer que hemos de dejar que ella, la naturaleza, se manifieste, antes de emprender una “guerra contra los elementos” en la que lo tendríamos todo perdido.
Seis. Con los “escombros” de las catástrofes hemos de enterrar los escombros del modelo hasta ahora adoptado y al que en Occidente denominamos civilización. Hay que poner en cuestión las bases que sostienen todas nuestras creencias; planificar a corto plazo con visión de incertidumbre; no tratar de recomponer, con patrones en cuestionamiento, “las zonas fronterizas” en las que están evidenciándose las quiebras (llámense costas, virus o modelos culturales de funcionamiento), todos son lo mismo: escenarios que nos muestran lo que ya no puede seguir siendo.
Siete. Cualquier iniciativa que se adopte en este momento, como paso para proponer soluciones a lo que está en crisis, ha de ser considerada como intentos para llegar a una visión colectiva; lo que nos obliga a abrirnos a todas las iniciativas que apunten a la cooperación, a la búsqueda para paliar los efectos provocados por la inestabilidad de los momentos en que vivimos y al aprendizaje de lo que ignoramos y de las nuevas condiciones en las que nos habremos de manejar.
Ocho. Aceptemos las pérdidas que vamos a tener, el sufrimiento que esas pérdidas nos van a ocasionar, y valoremos las oportunidades que el nuevo escenario va a propiciar y que generará, sin lugar a dudas, condiciones nuevas en las que hemos de cooperar para elevar la dignidad de la especie humana- y de las no humanas- y su respeto y amor por todo lo que con ella coopera hasta alcanzar el equilibrio y la armonía necesarios, para una continuidad de todo lo que planetariamente y con complicidad se conjuga.
Nueve. Cada una y cada uno, desde donde se encuentra, es un actor imprescindible de este proceso. Nadie ha de renunciar al protagonismo y a la responsabilidad que posee de poner de manifiesto su voluntad creadora. Todos somos necesarios y todos hemos de construir la consciencia de UNICIDAD.
¡Manos a la obra que es de todos y para todos! Confabulémonos, especulemos, aprendamos, cooperemos, compartamos experiencias y saberes con la mirada puesta en el florecimiento… de este planeta herido o dañado como lo califica la bióloga norteamericana Donna J. Haraway.
Este texto sirvió de apertura a las ponencias dictadas por el Comité Científico del Club Nuevo Mundo, el 12 de mayo de 2020
Nos anticipamos al futuro
Este Blog ha sido creado por el Club Nuevo Mundo para recoger las iniciativas, reflexiones, experiencias y propuestas que sus miembros y socios quieran hacer llegar a la sociedad. Está estructurado en torno a 4 ejes temáticos: artículos, pensamientos, propuestas y noticias. A través de ellos, cualquier persona puede conocer lo que se está cocinando en el seno del Club Nuevo Mundo y comentar las diversas aportaciones.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850 |